domingo, 3 de marzo de 2013

La Semana Trágica de(l) Barcelona

En una de sus primeras comparecencias al poco de llegar al banquillo del Real Madrid, José Mourinho hizo una reflexión llamativa tanto por poner de manifiesto el conocimiento que tenía del lugar al que venía a trabajar los siguientes años (muchos, espero), como por reflejar la capacidad del de Setúbal para diseccionar la realidad en detalles que a muchos pueden escapar por estar acostumbrados a ellos. Esto, añadido a una carencia de seguidismo de lo políticamente correcto a la hora de hacerlo público, delatan a un individuo bastante inteligente, pues inteligente no sólo es aquél capaz de fijarse en los detalles, sino también de transmitir sus conclusiones sin importar si éstas suponen o no un halago para el oyente. Básicamente, Mourinho venía a decir que el fútbol español tenía una particularidad frente al británico, italiano o portugués: mientras en estos países en los que había trabajado como entrenador el fútbol se vivía intensamente a partir del día del partido, para decaer una vez finalizado éste, en España nos tirábamos toda la semana, la siguiente y parte de la otra hablando de un encuentro de fútbol, dependiendo de lo determinante del encuentro y de la importancia de los rivales. Las jornadas que rodeaban al día del partido eran en no pocas ocasiones casi vividas con mayor intensidad por los aficionados que los noventa minutos del choque. Tenía razón, claro. La afición española que acude a los recintos deportivos de lo de darle patadas a un balón no se caracteriza por su pasión, y sin embargo el fútbol en sí mueve y agita pasiones en ocasiones rallando la demencia, y de lo que suceda en un partido puede estarse hablando durante semanas e incluso recuperarse años después.

El partido que se jugó el sábado a la hora de la siesta, el segundo clásico de la presente semana, se situó en las antípodas de lo que Mourinho había extraído como una muestra del carácter nacional español aplicado al deporte rey. Al menos en mi caso. Íbamos a enfrentarnos al gran rival y yo estaba como si tal cosa. En realidad, el ambiente era cualquier cosa menos intenso. Cierto es que la Liga ya parece decantada a favor de los culos por el sistema, por las oportunas expulsiones en Sevilla y Pamplona, por esos goles marcados por jugadores que partían dos metros en fuera de juego por mor de que el colegiado no había atinado, casualmente, a ver la posición antirreglamentaria, y por tantas otras cosas. Pero un Madrí-Far$a es un Madrí-Far$a, y este no lo parecía. El Madrid acudió al encuentro con la idea que manifestaría Ramos tras el mismo: "son tres puntos más". Y este es un gran triunfo de Mourinho. 

No hace tanto, el ambiente que se respiraba entre el madridismo no era negativo, muy negativo; era algo mucho peor que eso. La idea que flotaba en el ambiente es que el Far$a de Guardiola no es que hubiera construido un equipo bueno capaz de marcar una época, sino que había dado la vuelta a la tortilla. Se había producido un cambio de roles entre los dos grandes equipos del fútbol español. El Far$a del siglo XXI era el Real Madrid del siglo XX, y viceversa. La afición, desorientada, no sólo no encontraba soluciones en los medios de comunicación que tradicionalmente, y al menos en apariencia, habían marcado lo que debería ser la filosofía de la institución. Todo lo contrario, el quintacolumnismo antimadridista que pululaba ya por esos medios cuando Florentino accedió a la presidencia se había extendido como un cáncer tomando posesión de todo el cuerpo, de tal suerte que los susodichos se habían convertido en coriferos del nuevo régimen, traicionando y humillando a su hasta entonces amplio sector de seguidores merengue, a los que vendían a la dictadura nacional-Barcelonista para su sacrificio en el altar de lo políticamente correcto, de un patriotismo tan mal entendido que se transmutaba en un antivalor, y del pensamiento único . El Far$a era el más mejor de todos los tiempos, y el madridismo tenía que reconocerlo. No sólo aplaudiendo los triunfos de su rival según una infecta idea de "señorío", sino aceptando su superioridad mediante la asunción de la propaganda procedente de la esquina norte peninsular: su filosofía, su concepción de juego, sus valores, sus cuentos chinos eran dogma. Lejos de ejercer como periodistas, ajenos a la esencia de explicar y criticar los mensajes que de allí venían, los think-tanks nominalmente madridistas competían con los diarios deportivos catalanes en babosear a unos jugadores y un club que, encima, les insultaban y despreciaban. Con exceso de "pseudomadridistas" que sólo pensaban en su beneficio individual y una abundancia aún mayor de seguidores culés y atléticos en sus filas, aquellos diarios presentaban un déficit de tíos que se vistieran por los pies porque, digo yo, el que te llamen "cavernario" desde allí alguna reacción debía provocar en alguien que siquiera fuera un proyecto de hombre. No la hubo. Como babeantes imbéciles aceptaban que el club catalán les censurase, como masoquistas irredentos aguantaban los desplantes e insultos de jugadores y periodistas culés.



Si todo hubiera seguido como debía según el macabro plan que esta panda de miserables incapaces de hacer la "o" con un vaso de sidra tenían preparado para el Madrid, a la temporada de Pellegrini le habría seguido la de Wegner o cualquier otro membrillo con una grave tendencia a la masturbación, a tocarla y no meterla. Ahora llevaríamos tres o cuatro entrenadores que habrían vegetado en un club continuamente zarandeado por la prensa, la afición confundida por el machaqueo mensaje de "hay que jugar bien" (sea lo que sea eso) y una puerta giratoria en la entrada de los vestuarios para que fueran pasando los técnicos a un banquillo controlado por jugadores con mando en plaza, auténticos percebes dentro y fuera del terreno de juego pero muy apreciados por la prensa gracias a su habilidad para cantar y contar todo lo sucedido y por suceder. El Madrid del siglo XXI ya no sería la Far$a del siglo XX, sino el Atlético de cualquier época. Quizá algo más, un Benfica o un Milan que ganara alguna Liga de higos a brevas. El equivalente al Partido Campesino en la dictadura comunista polaca durante la Guerra Fría. Porque a esto es a lo que íbamos, a una dictadura polaca, pero de los polacos de aquí, que para no desentonar con su ideología nacionalista, vanguardista donde las halla, nos iba a retrotraer a la Edad Media, configurando una pirámide de vasallaje con los media rindiendo pleitesía a los culos a cambio de un plato de lentejas y poder aparecer en la foto, y asegurándose de que el Madrí también bailaba al mismo son.

Pero hete aquí que llegó Mourinho y el plan saltó por los aires. Porque estas cosas pasan. En una realidad alternativa el viernes habríamos estado excitadísimos por eso de enfrentarnos al megasuperequipo, como lo estaban los culos en los años ochenta, sin ir más lejos, cada vez que el Madrí visitaba el KK Nou. Reconoceríamos su superioridad, contra la que ni Cristo vestido de corto podría hacer nada, pero al menos salvaríamos la honrilla en recuerdo de tiempos mejores. Acabaríamos sacando pecho -o bramando contra el colegiado dependiendo del resultado- y nos sacudiríamos las migas del traje, como un hidalgo quevediano, mientras barruntábamos los cambios que habría que hacer para enderezar esta situación. Sin embargo, en vez de eso nos plantamos con medio equipo de suplentes y un chaval de la cantera que jugó los noventa minutos -algo que a la asquerosa prensa que tanto canterano pide ha pasado desapercibido- y con el convencimiento de que el partido importante, el fetén, era el del próximo martes contra los british. Y la afición aplaudiendo al técnico cuando era nombrado por los videomarcadores, consciente de que éste era, en efecto, un partido más. Sin trascendencia. Nada de "vamos a meterles una manita" ni tonterías parecidas que se oían no hace mucho. Ni una voz pidiendo a Cristiano Ronaldo o a Özill, ni una polémica porque Alonso estuviera cocinando gulas el día del "partido del siglo" de este mes de marzo. Nada. No sé si la prensa ha piado, porque no la sigo, pero en redes sociales, en blogs y foros, nadie se estaba llevando las manos a la cabeza precisamente. En las antípodas de ese Madrí en el que hubiera degenerado la entidad, gracias a Dios: un Madrí competitivo, con las ideas claras, que hace las cosas con la cabeza y no con las tripas. Que luego ganará o no, que pasará o no la eliminatoria frente al Manchester, pero que actuando de esta manera da más opciones a que las cosas sucedan de la manera que todos queremos que sucedan.


Y por si fuera poco, se ganó. Y se hizo además demostrando una superioridad frente a un Far$alona que venía con ganas de revancha por la eliminación copera y que, además, traía lo más parecido a su alineación de gala que las bajas y los canguelos de algunos, como Xavi Hernández, podían permitir. Cristiano, que salió ya entrada la segunda parte, tiró más veces a puerta que todo el conjunto azulgrana, que sólo dispuso la ocasión del gol y poco más. El "tiqui taca", que ya había sido herido de muerte en el esterculé del Nou Camp, fue definitivamente rematado, con los jugadores culos dándose pases a dos metros, tuya-mía en su propio campo, mientras el Madrid esperaba tranquilamente a que se acercaran para lanzarse a la yugular. Se consumaba la aniquilación iniciada hace dos temporadas, cuando Mourinho hizo perder al Far$a de Guardiola su primera final en ni se sabe cuanto tiempo, consumada cuando el Real Madrid se alzó con la Liga de los récords de goles y puntos y Pepita de San Pedor salió que perdía el rabo en busca de otros horizontes viendo la que se venía encima. Que es en lo que estamos ahora. El imperio culé de los mil años, el que iba ser en la historia del fútbol algo así como el nacimiento de Cristo en la Historia con mayúscula, se desintegraba como un azucarillo en aguardiente portuguesa. Ni pensar cómo estaría ahora la cosa si el Madrid, aparte de tener que vérselas con lo que Mourinho definió acertadamente como "no sólo un equipo, sino un discurso", no hubiera tenido que batallar con la recua de traidores apesebrados que copan los medios de comunicación, aparte de algún que otro regalito que la selección ha dejado en nuestro vestuario.

Como un terminator que hubiera sido enviado desde el futuro para reparar el error que llevó la Historia por un camino incorrecto, Mourinho, con sus Khediras antes que Kakas, ha dinamitado el cambio de roles que se venía anunciando con gran jolgorio por parte de los Relaño, Lama, Maroto y el de la moto. El equipo con etiqueta de invencible que debía evitar que los madridistas nos comiéramos en paz la tortilla francesa de la cena y nos fuéramos igualmente tranquilos a dormir ha quedado reducido a "ese equipo con el que toca el trámite antes del partido de verdad, pues sacamos el banquillo y si la cosa va bien en el descanso cogemos el avión a Manchester". Quizá nunca endosemos un 2-6 al hipócrita y mezquino Hernández, pero a mí se me hace más humillante que con un 0-3 el técnico madridista salga a decirle a sus jugadores que se acabó, que hay que evitar las tarjetas para la final, que estos ya son historias y que evitemos lesiones para la vuelta de la Champions. El ningunearles, que se dice, el "nosotros estamos en otra honda", el ir de sobrados. Y encima, con razón y con causa.



Claro que para viaje en el tiempo lo que se vivió después del choque. Sólo faltaba que la Marchante esa del Plus, al entrevistar al capitoste culé de turno, se viera las caras con Joan Gaspart. Volvían los ochenta y en "Futboleros" de Marça TV algunos parecían estar escuchando "Sufre, mamón". Ver a este rebaño llorando como niñas repipis porque el colegiado no quiso señalar penalti en lo que era un piscinazo de Adriano, en una jugada que el muy botarate desperdició en vez de haber seguido hacia portería para asistir a un Messi que estaba en boca de gol, no tiene precio. Ninguno. De hecho, yo lo he vivido la mayor parte de mi vida sin pagar ni un céntimo. Éste, junto con librar al madridismo de complejos estúpidos que la prensa intentaba insuflarles, actuando como Cristiano en el terreno de juego cuando realiza ese gesto de "tranquilos, que aquí estoy yo", es el otro gran triunfo de Mourinho. Rara vez se asiste a un trabajo bien hecho. Mourinho, que como tanta gente de su edad había visto al Madrid hegemónico dentro y fuera de Europa que representaban la Quinta del Buitre o el Madrí de los Roberto Carlos, Redondo, Raúl y cía, y que conocería la idiosincrasia y entidad de la institución, sabía que no venía aquí a hacer cabriolas con un equipo construido, sino a batirse en una guerra. Queremos ser lo que fuimos, tienes que vencer al mejor Barcelona de todos los tiempos. Y así ha sido. En vías de devolver las aguas a su cauce, el madridismo encara el futuro inmediato reencarnándose en lo que siempre ha caracterizado a ese club. Y el Barcelona, también. Que se jodan.

1 comentario:

  1. ¡Wow! acongojante, fascinante, certero. Hacía muchos años (casi los que tengo) que no leía algo que me enganchara así, letra a letra, verso a verso. Salvo mi imprescindible Quijote y las obras completas de Neruda, esto ha sido lo más mejor. Bueno, igual exagero un pelín, pero lo que quiero decir es que me ha gustado ¿está claro?

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