sábado, 11 de febrero de 2012

Intentando descifrar lo indescifrable: las semifinales de Copa de 1916

A veces me pregunto de dónde viene ese odio homicida del barcelonismo hacia el Real Madrid. Entiendo la rivalidad deportiva, e incluso que en ocasiones ésta pueda llegar a radicalizarse hasta extremos inimaginables. Lo entiendo aunque no lo comparta. Y sólo lo entiendo en caso de respuesta a una agresión u ofensa previa que fuera equiparable a la reacción, es decir, no entiendo el intento de asesinato de un jugador mediante el lanzamiento de botellas de cristal de 75 cl. cuando el único crimen que ha cometido el susodicho haya sido el de cambiarse de equipo. Pese a lo que cuentan los culos, el odio hacia el Madrid no viene de la consideración -también falsa, dicho sea de paso- que el anterior régimen español, el de Franco, tuvo hacia el equipo que durante aquella etapa de nuestra Historia presidía don Santiago Bernabéu. Esa legitimación del deseo de destrucción de una entidad deportiva por equipararla a quiénes liberaron Barcelona allá por el 39 carece de fundamento, pero es que además es erróneo en tanto en cuanto viene de mucho más atrás.

 Si hubiera que señalar el momento en el que este odio se constata sería, sin duda, la final de Copa jugada por el Real Madrid ante el entonces todopoderoso Éthnic de Bilbao en 1916, a la que el Madrid -todavía sin el título de "Real" que habría de concederle Alfonso XIII cuatro años más tarde- accedió tras eliminar al F.C. Barcelona en un cruce que necesitó de hasta cuatro partidos: el primero, jugado en campo del Español, acabó con un resultado de 2-1 favorable a los catalanes (los del equipo fundado por un suizo, digo, que en aquella época estas eliminatorias se jugaban en estadios neutrales) que el Madrid contrarrestó con un contundente 4-1 en la vuelta jugada en el campo de O'donnell,  a la sazón campo del Patético de Madrid. Como en esos tiempos en los que el abuelo Cebolleta hacía la mili no se aplicaba lo del valor doble de los goles, hubo que ir a un partido de desempate, jugado también en el campo del Pateti, que dejó el resultado de 6-6. Tres días más tarde, el 16 de abril, se juega otro partido de desempate cuyo tiempo reglamentario acaba, nuevamente, en empate: 2-2. Los jugadores están agotados y la mayor calidad del far$alona amenaza con imponerse sobre la casta y bravura de los "merengues". El Madrid sufre un asedio continuado en su área hasta que Sotero recoge un balón despejado por la defensa blanca, corre hacia la culo-portería y bate al guardameta catalán con un cañonazo cruzado en lo que ha de considerarse como una prueba de que el juego del actual Madrid de Mourinho es fiel a nuestra historia. Y por si alguien no se lo cree, en el segundo tiempo de la prórroga se repite la historia con el mismo protagonista. El Madrid se pone 4-2 y los aficionados ya se ven en la final. El fútbol es injusto, el far$a se lo merecía más, el juego del far$alona había sido una exquisitez, iba a perder el fútbol y todo eso que diría la "central lechera" si hubiera visto ese partido. Pues vale. Pero entonces también ganaba el que marcaba más goles y ese había sido el Madrid. Triunfo legítimo e indiscutible. ¿O no? Recordemos que estamos hablando del Culolona, y con éstos todo es posible.




Porque tras dar validez el colegiado al segundo gol de Sotero, los jugadores del far$alona -que ya habían protestado fuera de juego en el tercer gol- reclamaron también un agarrón al guardameta Bru en la "melé" en el área que precedió a ese cuarto tanto del Madrid, y ante la negativa del árbitro a escuchar sus lloros y lamentos,  deciden marcharse del partido. Como lo oyen: lo mismo que hicieron no hace tanto en la misma competición siendo capitán del circo el que hoy habla de valores y tal. Aquí podría soltar eso que dijo Karl Marx, lo de que la historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa. Quedaría muy bien, cierto, pero sinceramente, yo es que veo a los culos y sólo veo una farsa. Repetida hasta la saciedad, eso sí, aunque BusKKKets y otros elementos guardiolianos están poniendo bastante de su parte para que lo de "tragedia", pero de la griega, la teatral, coja peso. Pero volvamos a lo sucedido aquella tarde de 1916. El colegiado, José Ángel Berraondo, trata por todos los medios de que se jueguen los siete minutos restantes del partido, pero el capitán culé, Santi Massana, ejerciendo como culé más que como capitán, es decir, en plan niña repipi y mimosa, se niega a volver con los suyos a no ser que el colegiado ¡se retracte de su decisión! Como es natural, Berraondo se niega y el partido queda finiquitado. El Madrid pasa a la final. 

Y si ahora yo pregunto de quién fue la culpa de que el Madrid pasara a la final sin que se jugaran esos siete minutos en los que podría haberse dado la vuelta al marcador -recordemos que el control del partido era de los bicolores- ¿ustedes qué me dirían? Pues del far$alona, claro, porque son ellos los que deciden irse al pedirle un imposible al colegiado -jamás se ha dado esta situación en ningún torneo de un país medianamente desarrollado, y supongo que tampoco en uno del tercer mundo- faltando además al espíritu de la competición al demostrar un mal perder que no tiene cabida en el deporte. Si es así, enhorabuena: es usted persona. Pero no olvidemos que hablamos de los culos. Así, no habrían de faltar quienes desde el barcelonismo señalaran al árbitro como culpable del escándalo, quizá por no dejar que los culos dirigieran el encuentro y decidieran qué goles habían de subir o no al marcador, pero también del Madrid, que algo habría tenido que ver en la designación de un colegiado con pasado merengue. Y es que José Ángel Berraondo no sólo fue un pionero del Madrid foot-ball Club, al que se afilia en 1905 y con el que consiguió hasta cuatro Copas de España jugando como defensa, sino que llegó a simultanear lo de darle patadas al balón con la función de vicepresidente de la entidad durante el mandato de Menéndez Cadalso. Claro que lo que obviaron esos pájaros que tiraron de currículum después del numerito en copa es que Cadalso jugó en el Barcelona durante la temporada 1913-14 después de pasar por la Real Sociedad. Como también obviaron el hecho de que el propio Far$a había solicitado que fuera él quien dirigiera el encuentro. 

Una vez más, si la cosa hubiera afectado a personas, a seres humanos normales, la cosa habría acabado ahí. Hace unas semanas al Real Madrid le tangaron el pase a las semifinales de la Copa del Rey al no señalarle dos penaltis clamorosos en el KK Nou. Luego al Violencia, al no mostrársele la roja directa al guardameta Pinto por tocar el balón con la mano fuera del área en el partido de ida jugado en Mestalla. Por supuesto, ni Valencia ni Real Madrid se largaron del partido. Y a nadie se le pasa por la cabeza que unos y otros estén con el cuchillo en los dientes esperando la siguiente visita del far$alona para pasarle factura. ¿O veríamos normal que los valencianistas pidieran que la final se jugara en su estadio para bombardear con piedras a los culos, que Florentino moviera cielo y tierra para que la final recalase en el Bernabéu con el fin de que el madridismo le pudiera preparar una encerrona a Guardiola y su panda? Suena a cosa de locos, ¿verdad? Pues ¿a que no imaginan dónde se llevó la final de esa Copa la Federación Española? Sí, justo ahí, a Barcelona. 

Al menos el estadio escogido fue el del Español, lo cual garantizaba que la final se jugara en un estadio y no en un estercolero, que ya era algo. Pero el caso es que en aquellos tiempos, como estaban las comunicaciones, la asistencia de las respectivas aficiones a un partido era cosa harto complicada. Esos encuentros eran un reclamo para el público general, que iba a ver un espectáculo como podría ir al cine o al teatro. A pasar la tarde, vamos. Naturalmente, al aficionado al Hispania o al Español le importaba poco o nada el resultado de esa final. A otros, a los de la sucursal catalana del Basilea, si tuvieran dos dedos de frente, tampoco debería importarles. Así que imagínense quiénes acabaron petando las gradas. El Madrid, que como buen español es bastante pánfilo, no le hizo ascos a viajar a Barcelona. Y, marcando una vez más las distancias con las lloronas del país de la esquinita, aceptó como trencilla a Paco Bru, nada más y nada menos que jugador del Far$alona que había estado presente en los encuentros de semifinales. Ahí es nada. 


El Madrid cayó en la final disputada el 7 de mayo de 1916 frente al Éthnic de Bilbao, por un contundente 4-0 en un terreno transmutado lodazal por las recientes lluvias. Tras el partido la expedición merengue acudió al hotel Inglés, sito en las Ramblas, para felicitar a los vascos, ya que se negaron a acudir a la cena protocolaria por el trato que habían recibido durante el encuentro. Y es que al barcelonismo no le importó gastarse los cuartos en un partido que ni le iba ni le venía para dar un de los espectáculo que si bien entonces sorprendió por su falta de civismo y educación, visto desde la perspectiva de hoy no fue sino uno más de los que nos tiene acostumbrados el "seny" de esta piara. La pitada cuando los blancos saltaron al terreno de juego fue tremenda, desconocida para la época, e incluso hicieron acto de aparición carteles en contra de Bearrondo, algo también inusual. Pero así son los "mescunclú", siempre aportando novedades al fútbol e impregnándolo de su saber estar. Por si no fuera suficiente, la Guardia Civil y hasta los jugadores del Ethnic tuvieron que proteger a los madridistas de la bestial rabia del graderío. Y de recuerdo al hotel la expedición blanca se llevó otra innovación culé a esto del fútbol: el apedreamiento del autobús. Para no dejar dudas de su apoyo -por no decir algo más- al lamentable espectáculo en que estos aficionados transformaron la final de Copa, el Far$alona no se unió al Español, Hispania, España y otros clubes barceloneses, que decidieron enviar telegramas de adhesión en los que mostraban su simpatía por el club "merengue" y su indignación por lo acontecido aquel día. 

Éste es el primer choque entre Madrid y Barcelona que se conoce. Y, volviendo al principio, no entiendo que el odio insano de esta afición contra los blancos pueda estar justificado por algo tan pueril como un gol en posible fuera de juego. En ningún momento ha hecho nada el Real Madrid que pudiera suponer un agravio contra el Barcelona que éste, de manera comprensible, no pudiera perdonar. El único delito cometido por el Madrid es el de existir. Y punto. No hay más. No es rivalidad deportiva, ni siquiera es el reflejo de la rivalidad entre las dos grandes metrópolis de un país. Es inútil intentar buscar una explicación que pueda someterse a criterios científicos y racionales. El Barcelona no es más que un apéndice, por no decir un parásito, del nazionanísmo independentista. Y como todo el mundo sabe, el nazionanísmo es, desde su origen, allá por los albores del XIX, un movimiento contrario al racionalismo y la ilustración, a la razón en general. Se basa en el sentimiento, pero entendido de forma pueril, ilógica, y tuvo como principal aliado al romanticismo, tan voluble y cambiante. Tan descerebrado. Tan cursi. Tan victimista. Tan manipulador. Tan culé. Una apelación continua al "cerebro reptiliano" que todo humano conserva, al miedo y al odio. El mismo que el nazionanísmo tiene hacia Madrid, a quien identifica con España, es el que tiene el far$alona, perro fiel de esa ideología política, hacia el equipo capitalino.

2 comentarios:

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  2. En una época en que competían básicamente en torneos regionales, la eliminatoria de Copa de 1916 fue el primer gran cara a cara donde saltaron chispas
    El caprichoso sorteo de Copa de 1916 les había emparejado en semifinales. El 26 de marzo se jugó la ida en el campo del Espanyol, cuyo triunfo se lo llevaron los catalanes por 2-1 con un gol decisivo de un joven Paulino Alcántara, delantero que marcó una época en los primeros años de historia del club. La vuelta, disputada el 2 de abril, transcurrió con relativa normalidad, como había sucedido en el primer partido. Liderados por un gran René Petit, considerado por muchos la primera leyenda blanca, y gracias a un hat-trick de Santiago Bernabeu, los madrileños se impusieron 4-2.

    En esos tiempos no se tenía en cuenta la diferencia de goles ni existía el valor doble de tantos anotados fuera de casa, por lo que se tuvo que disputar un tercer encuentro pocos días después, también en Madrid, en el feudo del Athletic. Cuentan las crónicas de la época que fue un partido espectacular y plagado de emoción. El épico 6-6 que reflejaba el marcador al término de la prórroga habla por sí solo. Tres goles de Alcántara y otros tres nuevamente de Bernabeu les convirtió otra vez en los jugadores más destacados. El jugador blanco marcó uno de ellos de penalti y falló otro desde los once metros. Su compañero Aranguren también erró uno, con una nueva parada de Bru. El Barça, con la mosca detrás de la oreja después de ver cómo le pitaban tres penaltis y más otro en el partido anterior, empezó a sospechar de la actuación del colegiado José Ángel Berraondo, exjugador con pasado blanco. Al no existir todavía la tanda de penaltis, el partido se vio condenado a un nuevo desempate.

    Los tres penaltis señalados a favor del Madrid en el tercer partido no sentaron nada bien al Barça, que recelaba de un árbitro con pasado madridista
    Se disputó dos días después, también con Berraondo como árbitro de la contienda y, cómo no, en la capital española. El colegiado volvió a ser el protagonista. En primer lugar por dejar jugar a Zabalo, un jugador que el Barça objetó que pertenecía al Real Unión de Irún y que a la postre fue decisivo marcando un gol. Con el partido en marcha, Berraondo no falló en su cita con el penalti señalado a favor del Madrid. Si Bernabeu lo transformaba, el conjunto madrileño conseguía el billete para la final. Pero de nuevo Bru se erigió como héroe con otra parada. 2-2 al final del tiempo reglamentario y la historia se repetía, aunque esta vez la prórroga sí sería decisiva.

    Después de 300 minutos de fútbol todavía no había un ganador. El Barça salió mejor frente a un Madrid que se encerró atrás. Pero en un acto de fortuna, Aranguren cazó un balón que convirtió en el 3-2. En la segunda mitad, el inspirado argentino establecía el 4-2, pero los jugadores del Barça protestaron de manera airada la posición irregular del jugador blanco cuando recibió el balón. Berraondo hizo oídos sordos a las quejas y desató la ira del Barça, que con su capitán Santiago Massana a la cabeza, decidió que el equipo abandonara el campo tras el ‘robo’ que sufrieron, según su parecer. Una polémica decisión que no cambió nada -como refleja el 4-2 final en el acta-, más allá de suscitar innumerables críticas al tachar muchos de “antideportivo” el comportamiento del Barça.

    Los blaugranas abandonaron el campo en la prórroga del cuarto encuentro al considerar que un gol de los blancos era en claro fuera de juego
    Toda esa infinidad de polémicas no sentaron nada bien en Barcelona. El conjunto catalán, sobre todo por lo que a los futbolistas se refiere, se había sentido superior a su rival durante la eliminatoria y culpaba a Berraondo de haber adulterado la competición.

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